La fe y la posesión de riquezas

Los invitados se sentaron animadamente alrededor de la mesa para almorzar. El anfitrión sirvió la sopa con un poco de mandioca, pidiendo disculpas por la comida poco densa. – “Discúlpenme, dijo: Tenemos que preparar una sopa bien aguada para hacerla rendir más. Ustedes saben, vivimos por la fe”.

Vivir por la fe ¿significa tomar una sopa rala? ¿Usar los zapatos hasta gastar toda la suela? ¿Usar ropa desarreglada para aparentar humildad? ¿Tener un auto que para en cada esquina y hace un barullo que se escucha a un kilómetro de distancia? En realidad, ¿la que estaba floja era la sopa o la fe?

La relación de las riquezas con la fe, para los hijos de Dios, parece asociarse al factor emocional. Algunos consideran la riqueza como sinónima de bendición y predican que quien tiene fe tendrá necesariamente riquezas materiales, y que si un hijo de Dios pasa por problemas financieros se debe a que no está ejercitando su fe.

En el otro extremo están los que miran con recelo a los que tienen algún patrimonio. Tienen la idea que poseer bienes materiales es malo y atribuyen todos los problemas del mundo a una injusta distribución de riquezas y que el que quiera ser un cristiano serio debería deshacerse de sus pertenencias, conservando apenas lo suficiente para sus necesidades básicas. Otros endiosan tanto a la pobreza enfatizando que “cuando más pobres seamos, más cerca de Dios estaremos”.

Cierto pastor compró un auto usado en buenísimas condiciones. Aunque tenía diez años de uso, estaba en excelente estado. Hacía doce kilómetros por litro, era un vehículo seguro, de mantenimiento barato y tenía un precio bastante accesible. Pero era un Mercedes Benz. El hombre de Dios lo compró seguro de que estaba haciendo un buen negocio y sintiéndose grato a Dios por aquella bendición. Al poco tiempo, comenzaron los comentarios. Un miembro usó el término “opulencia”. Otro indagó: ¿Cómo el pastor tiene un auto como ese con su salario? Un tercer hermano comentó: ¿Cómo puede comprar un auto de ese tipo, sabiendo que hay tanta gente pasando hambre?

Talvez el religioso debería haber colocado un cartel en la puerta del auto enumerando todas las ventajas obtenidas con él, o una simple frase: “Con este auto economizo el dinero de Dios”. El pastor reunió a su familia, hablaron sobre el asunto y después de orar tomaron la decisión que consideraron prudente.

¿Cuál es la postura de Dios en este asunto? ¿Establece él un límite a nuestro enriquecimiento, una especie de “techo” que no debemos pasar si queremos agradarle?

Cuando el Señor, preparó la galería de héroes de la fe, en Hebreo 11, citó a Abraham, Isaac, Jacob, José, David y Salomón, todos ellos hombres ricos. Mencionó además, junto con ellos, hombres y mujeres que fueron torturados, apresados y hasta muertos. Pablo enseña que Dios quiere que aprendamos a vivir tanto en riqueza como en pobreza; nos cabe adaptarnos a una situación o a otra. “... en todo estoy enseñado, así para estar saciado como para tener necesidad” - Fil. 4: 12. Con seguridad, vivir en abundancia es más difícil que pasar necesidad. Es más fácil buscar a Dios y oír su voz cuando nos falta qué comer y tenemos que esperar en él, que cuando tenemos todo.

Según Jesús, la posesión de riquezas tiene sus riesgos. Dijo que es muy difícil que un rico entre en el reino de los cielos y advirtió a su pueblo en cautiverio para que cuando recibiesen “las casas llenas con toda clase de bienes, las cuales tú no llenaste” se  cuidaran de “no olvidarte de Jehová...” - Deut. 6: 11, 12.

El escritor de Proverbios presenta una visión equilibrada del problema cuando dice: “No me des pobreza ni riqueza: sino susténtame con el pan necesario, no sea que una vez saciado, te niegue y diga: ¿Quién es Jehová?, o que, siendo pobre, robe y blasfeme contra el nombre de mi Dios” - Prov. 30: 8, 9.

¿Existe equilibrio entre la fe y las riquezas? ¿Hasta qué punto ese equilibrio puede constituir un riesgo? El nivel exacto varía de persona a persona dependiendo de algunos factores. El primero de ellos es nuestro carácter. La cuestión no es cuánto debo confiar en Dios, sino cuánto él puede confiar en mí para concederme bienes. Él promete que si somos fieles en lo poco, puede tornarnos fieles en lo mucho. Pero, existen otros factores. Aunque tengamos un carácter recto y Dios pueda confiar en nosotros, él sabe exactamente cuándo y cuánto necesitamos para vivir dignamente y desempeñarnos en la vida.

Entonces ¿cuál es la cantidad correcta de dinero que debemos tener? ¿Cuál la ropa adecuada para vestir? ¿Cuál el auto que debemos comprar? ¿Cuál la casa donde debemos vivir? Todo esto no es fácil de precisar. Dependerá de la situación y de la función de cada uno y de las personas con quienes trabajamos. Aunque sea difícil hablar en términos de cifras, algunas normas pueden ser observadas.

No vivamos a un nivel muy superior ni muy inferior al de la gente con quienes trabajamos. Es bueno responder las siguientes preguntas: Mi casa, mi auto, o mis ropas, ¿afectan mi testimonio, o son un obstáculo para mi prójimo?

Cuidado con la ganancia. Ejercitemos el autocontrol para no adoptar los valores del mundo. Entreguemos a Jesús nuestro dinero para que él administre ese aspecto de nuestra vida evitando que nuestros deseos nos dominen.

El contentamiento es bueno. La Biblia no se opone a la riqueza ni a la pobreza, pero nos aconseja a contentarnos con lo que tenemos. No hagamos comparaciones con los demás, ni codiciemos lo que otros tienen. El antídoto contra la codicia es estar convictos de la justicia de Dios. No siempre él nos concede todo lo que deseamos en esta vida, mas ciertamente nos bendice de otras maneras, y nos bendecirá por el resto de la vida.

Él no prometió que tendríamos igualdad de riquezas, prometió que supliría nuestras necesidades. Por tanto, honremos al Señor con nuestros bienes y él llenará nuestros graneros de cuanto necesitamos.

 

Lidio Vargas Riquelme

Magíster en Salud Pública

Publicado en la Revista “The Jornal” en inglés.